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"El cambio es la única cosa inmutable" 

Arthur Schopenhauer

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  • Foto del escritorBoyan Tsonev

La traición de 1938.

Durante el día 27 de enero tuvo lugar la conmemoración de 3 hechos históricos muy importantes: el fin del bloqueo de Leningrado, la conmemoración de las víctimas del Holocausto y la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Bikernau por parte del Ejército Rojo. Visitando las redes sociales, me topé con una gran cantidad de personas e incluso medios de comunicación que afirmaban que tanto el primer como el tercer hecho histórico no deberían ser celebrados ni tenían importancia ya que: “los soviéticos, al igual que los nazis, son responsables del inicio de la Segunda Guerra Mundial". ¿Es de verdad así de simple? Vamos a analizarlo en el siguiente artículo de carácter histórico-político.


 




En primer lugar he de decir que es indiscutible que la Unión Soviética y la Alemania Nazi llegaron a un acuerdo para dividirse Polonia, algo totalmente condenable, pero, ¿es esa toda la historia? ¿Es la Unión Soviética igual de responsable que la Alemania Nazi del inicio de la SGM? La respuesta es un rotundo no, para entender el porqué del pacto Molotov-Ribbentrop hay que remontarse al periodo de entre-guerras y a los acuerdos de Múnich de 1938, así veremos que todos los actores tuvieron sus propios planes de corte imperial, que las potencias occidentales cedieron ante Alemania Nazi y que países como Polonia llegaron a invadir y repartirse Checoslovaquia junto a los nazis. La falta de miras, el egoísmo y la irresponsabilidad de los líderes llevaron a un catastrófico final.


El fin último de éste artículo no es hacer un lavado de cara de la URSS o de Stalin respecto de sus actuaciones en el plano exterior previas a la SGM, sino ejemplificar con datos históricos probados, que los países se mueven muchas veces por el pragmatismo y el egoísmo. La URSS pactó con la Alemania Nazi con tal de evitar ser atacada, al menos temporalmente, y también para adquirir ciertos territorios. Pero lo que se suele olvidar, y casi nunca se condena, es que tanto Francia, Gran Bretaña y Polonia hicieron pactos con la Alemania Nazi e incluso sacaron tajada para sus propias aspiraciones, cuando en realidad podrían haber para evitado el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El primer paso para comprender este análisis es dejar de lado la victimización histórica de Polonia, país que siempre es visto como la víctima del nazismo y del comunismo, pero que a su vez tenía sus aspiraciones imperialistas, igualmente condenables.



Jozef Pilsudski

Jozef Pilsudski es quizá uno de los más famosos líderes y estadistas que ha tenido Polonia no sólo en el siglo XX, sino en toda su historia. Fue una figura clave para la obtención de la independencia tras la Primera Guerra Mundial y es considerado el padre de la Segunda República Polaca, que fue restablecida en 1918, 123 años después de las particiones de 1795 a manos de Austria, Prusia y Rusia. Ejerció las veces de Jefe de Estado (1918-1922) y Mariscal de Polonia desde 1920. Tras su etapa como Jefe de Estado, Pilsudski orquestó el llamado “golpe de Mayo” en 1926, que derrocó al presidente Stanislaw Wojciechowski, al primer ministro Wincenty Witos y su gobierno conservador tras una profunda crisis política. Pilsudski colocó en el poder a personas partidarias a él y el periodo que inició este régimen es denominado Sanacja (sanación). Fue una época dominada por la influencia y el culto a la persona de Pilsudski, éste rechazó el cargo de presidente y gobernó como líder de facto, semejante a un dictador, ostentaba también el cargo de Ministro de Asuntos Militares.


El pensamiento político de Pilsudski, en cuanto al ámbito internacional, abogaba por el restablecimiento de las “tradiciones multiculturales” de la Mancomunidad Polaco-Lituana, una mancomunidad de naciones que abarcó en su época dorada a polacos, lituanos, ucranianos y a una importante minoría judía. Para hacer frente a sus tradicionales enemigos, Alemania y Rusia (en aquel entonces Unión Soviética), Pilsudski ideó el plan Międzymorze o “Intermarium” (entre mares), un proyecto de federación entre Bielorrusia, Lituania, Polonia y Ucrania, evidentemente, bajo liderazgo polaco, que se extendería desde el mar Báltico hasta el mar Negro. El plan no acababa ahí, también concebía la incorporación de los Países Bálticos, Checoslovaquia, Finlandia, Hungría, Rumanía y Yugoslavia, todo un proyecto de corte imperialista que aseguraría el control de casi la mitad del continente europeo y la seguridad de Polonia. El proyecto no contó con la aprobación de sectores polacos que se oponían a la “multiculturalidad” del país, y a su vez los países “objetivos” del proyecto también mostraron su rechazo. Alemania y la URSS también hicieron lo posible por boicotearlo.


Pilsudski junto con Goebbels durante la firma del pacto de no agresión Polaco-Alemán en 1934.

Ante el fracaso de este plan, Pilsudski buscó una relativa “convivencia” con Alemania. Pocos conocen de la existencia de un pacto de no agresión Polaco-Alemán, el cual se firmó el 26 de enero de 1934, aún con Pilsudski al mando. El pacto incluía un compromiso bilateral de no enfrentarse militarmente durante los próximos diez años, el reconocimiento por parte de Alemania de las fronteras polacas y el fin de la guerra arancelaria entre las dos naciones. El nuevo plan de Pilsudski fue el de crear lazos con Alemania, para así evitar ser un objetivo para ellos, a su vez el mariscal polaco consideró que una alianza entre la Alemania Nazi y la URSS sería totalmente imposible, debido a sus diferencias ideológicas. Pilsudski renovó en mayo de 1934 el tratado de no agresión Polaco-Soviético y se mostró reacio a las peticiones de Hitler de formar una alianza Polaco-Germana contra la URSS. Tras la muerte de Pilsudski en 1935, Hitler envió a Ribbentrop al funeral que se celebraría en Varsovia, pero el propio Hitler decidió celebrar una misa en Berlin en honor del mariscal polaco, una misa que contó también con la presencia de la alta jerarquía nazi e incluso con un simbólico ataúd cubierto con la bandera polaca. Los sucesores del líder polaco se limitaron a seguir el camino que éste había trazado, confiando en que mantener las buenas relaciones con Hitler era una cláusula para la independencia del país.


Hitler y la cúpula nazi durante los simbólicos oficios en honor a Pilsudski en Berlín.

Se creó un grupo comandado por el general Edward Rydz-Smigly, el presidente Ignacy Moscicki y Jozef Beck. Estos tres individuos dominaron la Sanacja desde entonces, pero ninguno de ellos se logró imponer al resto y las disputas internas fueron frecuentes. Ésta oligarquía que se extendió hasta 1939 es descrita históricamente como “la dictadura sin dictador”.


Es importante profundizar en la figura del ministro de exteriores polaco y mano derecha de Pilsudski, Jozef Beck. Beck fue ampliamente criticado, especialmente por Francia y Gran Bretaña, ya que era político extremadamente intransigente que veía a Polonia como una gran potencia que podría rivalizar con Alemania y la URSS. Se mostraba reacio a realizar pactos con la segunda, y trabó bastante amistad con Hans-Adolf Von Moltke, el embajador alemán en Polonia, con el ministro de propaganda alemán Goebbels y con Hermann Göring. El historiador Richard Overy llegó a decir lo siguiente sobre Beck y sus políticas: “Polonia, junto con su ministro de exteriores fueron los que, con toda seguridad, más aversión y desconfianza causaban. Los deseos de Polonia de perseguir una línea independiente la privaron de amistades a finales de 1938. Los poderes occidentales vieron a Polonia como un país codiciosamente revisionista, iliberal, anti-semita y pro-alemán; Beck fue una amenaza, arrogante y traicionero”.


Hermann Göring (izquierda), Reichsmarschall y comandante supremo de la Luftwaffe junto con el Ministro de Exteriores polaco Jozef Beck (derecha). Ambos acompañados por sus esposas, 1935.

Ahora abordaremos el papel de Francia y Gran Bretaña. Tras el Anschluss de Austria con Alemania en primavera de 1938, ante el que la respuesta de las potencias ya nombradas fue prácticamente ínfima, Hitler se lanzó a por Checoslovaquia. Cabe mencionar que la partición de Checoslovaquia fue acordada en Múnich (29 de septiembre - 30 de septiembre) durante ese mismo año. En ella participaron Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia. El objetivo era “resolver” la crisis de los Sudetes, con gran presencia de población alemana. Curiosamente, el gobierno checoslovaco, con Edvard Benes a la cabeza, no fue invitado a la negociación. Es destacable que Checoslovaquia poseía por aquel entonces una fuerte industria y uno de los ejércitos motorizados y mecanizados más capaces del continente, superados solamente por Francia y Gran Bretaña. Además de esto la región de los Sudetes comprendía un gran número de fortificaciones erigidas por el ejército del país en caso de invasión de su vecino germano, unas fortificaciones que tras los acuerdos de Múnich acabaron en manos alemanas. La cobardía de los primeros ministros Neville Chamberlain y Edouard Daladier dejó al país centroeuropeo solo. El 30 de septiembre de 1938 las autoridades Checoslovacas fueron informadas tanto por Francia como por Gran Bretaña de que tenían dos opciones: resistir a la Alemania Nazi en solitario o asumir la anexión de la región. Chamberlain volvió triunfante a Londres, donde dió su ya conocido discurso: “The peace of our time”. La Unión Soviética por su parte se mostró preocupada por no haber sido siquiera invitada a las negociaciones, hecho que fue utilizado posteriormente por la propaganda comunista para argumentar que los checos y eslovacos no se podían fiar de sus supuestos aliados en el oeste. La URSS llegó incluso a movilizar sus tropas en caso de que Alemania optase por ocupar Checoslovaquia por la fuerza, algo que fue finalmente en vano.


El Primer Ministro británico Neville Chamberlain junto con Hitler durante los acuerdos de Múnich, 1938.

En ocasiones se echa en falta la crítica hacia la actuación de Francia y Gran Bretaña, que bien podían haber defendido la integridad Checoslovaca. No obstante la cosa no acaba aquí, precisamente en los acuerdos de Múnich tiene lugar uno de los hechos, en general, más ignorados: la participación polaca en la partición de Checoslovaquia. Concretamente durante los acuerdos de Múnich, el ministro Jozef Beck exigió a Praga el mismo trato respecto de las exigencias polacas sobre la región de Zaolzie que las que obtendrían los alemanes sobre los Sudetes. El anhelo polaco sobre dicha región viene de lejos, ya que fue sujeto de una corta guerra entre Checoslovaquia y Polonia en enero de 1919. Checoslovaquia atacó la que entonces era región polaca y venció, quedándose con el territorio. Zaolzie era relativamente pequeña, 862 km2 y con una población de 227.400, la mayoría polacos, pese a su pequeño tamaño, la región contaba con unas importantes reservas de hierro.


Partición de Checoslovaquia.

Mapa en polaco que indica con franjas naranjas y rosas las áreas ocupadas por las tropas polacas en Zaolzie (izquierda) junto con otros tres territorios más pequeños (derecha).

El 30 de septiembre Varsovia dirigió un ultimátum al gobierno checoslovaco, el cual fue aprobado y conllevó la ocupación y toma de Zaolzie por parte del ejército polaco, la “apropiación cultural” de la zona y la expulsión de la población no polaca. Hay numerosas fotos y cortometrajes de triunfantes soldados polacos celebrando la ocupación, incluso desfiles conjuntos de tropas y oficiales polacos y alemanes, pruebas mayormente ignoradas.


Tanques de las tropas ocupantes polacas en Checoslovaquia, 1938.

Un oficial alemán y uno polaco saludándose durante un desfile tras la partición de Checoslovaquia, 1938.

Y es aquí donde surge una de esas coincidencias históricas que tanto llaman la atención. Entre febrero de 1919 y marzo de 1921 tuvo lugar un conflicto entre la naciente Segunda República Polaca y la Unión Soviética. La Unión Soviética se hallaba en medio de una guerra civil, uno de los escenarios en disputa eran las que serían las futuras repúblicas soviéticas de Bielorrusia y Ucrania. Polonia, en afán de sacar tajada y de recuperar los territorios que había perdido durante las particiones del siglo XVIII en favor del Imperio Ruso, decidió apoyar a tropas leales en dichas regiones, la URSS hizo lo suyo, las escaramuzas fueron en aumento y terminaron en conflicto abierto, un conflicto que llevó al Ejército Rojo a las puertas de Varsovia, donde sería gravemente derrotado. De este conflicto Polonia ganó amplios territorios, tal y como menciona el historiador experto en Polonia, Norman Davies en “God's Playground”: “los soviéticos ofrecieron a los polacos la concesión pacífica de grandes territorios en las áreas fronterizas disputadas, quedando una frontera parecida a la que existió entre la Rusia Imperial y la Mancomunidad de Polonia-Lituania antes de la primera partición de 1772”.


El territorio en blanco representa la extensión de la Mancomunidad Polaco-Lituana durante su apogeo en el siglo XVII. Las líneas azules delimitan la Polonia resultante de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la guerra contra la URSS (1919-1921). El territorio rosa representa la Polonia posterior a 1945.

Durante la ocupación de Polonia por parte de la URSS en 1939, tal y como se estipulaba en el pacto Molotov-Ribbentrop, la URSS ocupó precisamente esos mismos territorios que había perdido 18 años atrás. Es criticable el proceder de la URSS en ese pacto, pero lo es también el de Polonia en la Conferencia de Múnich respecto a la región de Zaolzie, ya que en 1938 Polonia actuó respecto a Checoslovaquia de la misma forma en que la URSS actuaría con Polonia un año más tarde, curiosidades de la historia.


En resumen, podríamos decir que el fin de la Primera Guerra Mundial y la Europa de entreguerras depararon el resurgimiento de muchos países, países como Polonia que, por desgracia, tuvieron gobernantes poco aptos y con falta de visión, que ignoraban que las épocas de esplendor patrio en las que se podía seguir una línea independiente y que los demás te rindiesen pleitesía quedaron atrás. Países como Checoslovaquia, que sirvieron como moneda de cambio para el afán de un dictador totalitario. Países como Francia o Gran Bretaña, supuestos símbolos de la democracia en Europa, cuyos gobernantes se atrevieron a destejer territorios y poblaciones a su antojo, creyendo ciegamente en que llenar el estómago de la bestia la acallaría.


Hay que mencionar, por último, que la Duma rusa condenó en 2010 públicamente y por mayoría, el pacto Molotov-Ribbentrop y admitió que tuvo lugar por voluntad de Stalin. Polonia a día de hoy no ha condenado sus pactos con la Alemania Nazi ni la complicidad de sus autoridades en la partición de Checoslovaquia, lo mismo se puede decir de Reino Unido y Francia respecto a la falta de condena de su lamentable moral y actuaciones en cuanto a “regalar” países y poblaciones, en vez de formar un frente común contra el nazismo.


Por ello hay que recordar que la historia no tiene un color preestablecido, la historia es una ciencia polifacética y siempre existirán aquellos dispuestos a mentir y omitir sobre aquello que tan profundamente les incomoda.


Fuentes:

Gerhard L. Weinberg, The Foreign Policy of Hitler’s Germany.

Kazimierz Maciej Smogorzewski, Jozef Piłsudski. Encyclopædia Britannica Online.

Richard Overy, The Origins of World War II.

Norman Davies, God´s Playground.

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