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"El cambio es la única cosa inmutable" 

Arthur Schopenhauer

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De Versalles a Los Elíseos, París se tiñe de Amarillo.

Continúan las protestas.

Y ya van catorce de semana. Lo que comenzó como una protesta contra los altos precios del combustible, que hubiese supuesto un duro golpe para la clase media y trabajadora del país, se ha transformado en una lucha por la justicia social y una democracia más directa.

 



En el denominado movimiento de los chalecos amarillos, no hay una organización definida, no hay una dirección establecida y no hay un portavoz proclamado. Quizá por eso han conseguido mantenerse firmes hasta ahora, porque entre los manifestantes hay de todo, hay hombres y mujeres, hay mayores y jóvenes de diversa procedencia y diferentes sensibilidades que entienden que deben salir a la calle para exigir lo que es suyo.


Ya no es solo la tasa al carburante, que de manera exitosa han logrado que Macron anule en gesto de retirada y como claro ejemplo de su mala posición actual, ya es la legitimidad del Presidente, al que ven como al líder que más ha despreciado a su propio pueblo. Y se sienten fuertes en sus reivindicaciones.


La manera en la que ha surgido este movimiento no deja de ser un reflejo de los tiempos cambiantes que vivimos, en los que la tecnología y las redes sociales juegan un papel fundamental. La ausencia de una estructura o una organización definida en el movimiento se explica debido a la espontaneidad de las redes sociales, donde las críticas no se politizaron sino que se "socializaron". Poco a poco estos indignados se comunicaron vía redes sociales hasta que el movimiento tomó la suficiente fuerza como para congregar una manifestación que primero empezó fuera de las grandes ciudades, pero que poco a poco llevaron la batalla a las calles de París. La consigna es clara, y el pueblo cada vez se siente con más razón. Desde todas las partes del país se congregan más y más ciudadanos hacia las grandes urbes para protestar frente a la tasa que el Gobierno pretende aprobar al carburante.




El Estado reaccionó de manera violenta, sacando a miles de efectivos policiales a las calles para neutralizar las protestas. Utilizaron gas lacrimógeno, detenciones preventivas e incluso pelotas de goma provocando miles de heridos y detenidos a lo largo de estos tres últimos meses. Pero el movimiento no cedió a la presión y violencia policial y lograron acorralar a Macron hasta tal punto que no solo anuló la tasa al carburante que debía entrar en vigor este uno de enero, sino que también congela las tarifas del gas y la electricidad, aunque no ha cedido a todas las reivindicaciones del movimiento, que en su último deseo pretende relegar al Presidente de su cargo.

Por el camino hubo momentos en los que la violencia de manifestantes de ideología o carácter más extremista ensuciaron la legitimidad del movimiento, debilitando la opinión popular sobre las reivindicaciones del mismo. No hay lugar a escuchar deseos ni a negociaciones cuando la violencia es utilizada como medio para obtener un fin, pero cuando el fin último es justo...


Fue justamente el núcleo duro del movimiento lo que permitió que actualmente las protestas hayan vuelto a obtener un carácter más pacífico, los trabajadores medios del país que luchan únicamente por recuperar su nivel de vida y la dignidad de sus familias. Macron creó un intermediario que posibilitase el dialogo entre Gobierno y manifestantes, el Gran Debate Nacional, un espacio para que los ciudadanos expongan sus quejas, con el objetivo de canalizar la ira de los chalecos amarillos y sacarlos de las calles. Sin embargo, según la opinión de los manifestantes no ha habido ningún avance real.


El problema, ahora, es cronológico. Las protestas han paralizado el país y ya han afectado a la economía nacional. La otra parte de la población, que aunque entienda las reivindicaciones, no entienden la violencia de las protestas y ni mucho menos comparten que sean sus vidas las que tengan que verse afectadas de esta manera, ya que en muchas ocasiones las medidas de seguridad adoptadas en las ciudades han paralizado las rutinas de vida de niños y adultos y amenazan con tener consecuencias a todos los niveles dentro de la nación.


Los chalecos amarillos han ido perdiendo algo de fuelle en las últimas semanas, pero siguen echando un pulso a Macron y sus medidas. Esto ha generado una respuesta. Durante las últimas semanas han decidido salir también a la calle los “foulards rouges” (bufandas rojas) o los “gilet bleus” (chalecos azules), para reclamar a los chalecos amarillos su pacificación y la vuelta a la normalidad en la vida de los franceses. En su primera movilización, a finales de enero, los “foulard rouges” y “gilet bleus” reunieron a 10.000 personas en Paris, tal y como afirma Le Figaro.


Pero de todas formas, estos grupos no están libes de polémica y se perciben como un movimiento de respuesta política a los chalecos amarillos. No obstante no han sido capaces de alcanzar la misma notoriedad. El origen de estos dos grupos se puede encontrar en noviembre, mes en el que las “bufandas rojas” empezaron como un grupo de Facebook fundado por John Christophe Werner, de la región sureña de Vaucluse. Los “chalecos azules”, por su parte, fueron fundados por el experto en derecho Laurent Segnis, miembro de un comité del partido de Macron, LREM, en el departamento del Valle del Marne. A este movimiento parecen estar también adscritos algunos diputados electos del LREM o incluso policías. A pesar de esto Segnis ha afirmado en todas las entrevistas en las que ha aparecido que “los gilet bleus son un movimiento totalmente independiente”.


En un país históricamente revolucionario, cuyo pueblo reacciona inmediatamente frente a lo que consideran una injusticia, la batalla no parece tener tregua ni solución fácil, de momento.


Aquí dejamos las cifras más significativas recopiladas por los medios de comunicación sobre las protestas de los Chalecos Amarillos:


- Según la BBC el día del inicio del movimiento, 17 de noviembre de 2018, 280 000 personas participaron de las protestas, y un manifestante resultó muerto en las cercanías de Lyon. Las protestas continuaron durante los cuatro días siguientes, con 500 000 personas bloqueando carreteras el 20 de noviembre.

- En enero de 2019, un 80 % de los franceses consideran que Macron debe modificar su política económica y social según las encuestas del medio francés BFMTV.

- Unos 70 diputados franceses han sido víctimas de ataques en sus despachos o domicilios desde el comienzo de la crisis de los Chalecos Amarillos hace tres meses, según cifras del ministro del Interior de Francia, Christophe Castaner, recogidas por el diario "Le Parisien".

- El ministro del Interior cifró en 50.000 los manifestantes de este sábado 9 de febrero, lo que significa un claro repunte respecto a los 32.000 del pasado 29 de diciembre, aunque la cifra queda muy por debajo de los 282.000 que -siempre de acuerdo con las fuerzas del orden- salieron a las calles el 17 de noviembre, en el momento álgido de la protesta.

- Este sábado también hubo incidentes en otras ciudades como Burdeos (4.600 manifestantes y 12 detenciones), Toulouse (más de 2.000 manifestantes y barricadas en el barrio de Carmes), Lille (más de 1.000 manifestantes y 42 arrestados), Ruán (1.500 manifestantes y 20 detenidos), Nantes, Rennes...

- El aumento de los altercados y de los manifestantes con respecto a las dos últimas semanas contrastó con la decisión del Gobierno de reducir el dispositivo de seguridad: Se desplegaron 1.000 agentes en París y 4.000 en toda Francia. Lejos de los 89.000 movilizados el primer sábado de diciembre.

- De acuerdo con cifras del Ministerio de Interior, en todo el territorio francés se manifestaron este sábado unas 51 400 personas, unas 4.000 de ellas en París.

- Desde el inicio del movimiento, más de 1.500 personas resultaron heridas, 53 de ellas de gravedad, entre los manifestantes, y casi 1.100 entre las fuerzas de seguridad. Además, diez personas han muerto, principalmente en accidentes al margen del bloqueo de carreteras. (AFP)


"A la ultra violencia, opondremos la ultra firmeza", ha anticipado el ministro del Interior, Christophe Castaner.

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